lunes, 17 de julio de 2017

Hasta que se demuestre lo contrario

No iba distraído. Al contrario, Estaba totalmente concentrado. Tal vez abstraído. ¿Complicado? Puede ser. Cualquier cosa antes que distraído.
El conductor, en cambio, estaba absolutamente dedicado a su labor de trasladar a una veintena de pasajeros a destino. Estaba concentrado, concentradísimo. No iba rápido ni lento. Avanzaba con firmeza por el Metrobus. Pensaba en llegar a la próxima parada y nada más que en eso. Sus ojos iban y venían desde metros más adelante hacia el colectivo y viceversa.
Un golpe seco. Un frenazo. El parabrisas derecho estrellado contra la cabeza del transeúnte que inesperadamente se lanzó a cruzar el Bajo con la luz equivocada.
Su cuerpo voló unos quince metros mientras que el del chofer quedó atornillado a la butaca, aferrado a su timón. Con angustia por su futuro y el de la víctima, indistintamente, lloraba con su boca pero sus ojos no derramaban lágrimas. Su mente sabía lo que su corazón aún ignoraba.
- ¿Qué necesita?, Le pregunté.
- Que llame a la terminal, dijo desesperado al consignarme su número.
Sus hijos, su mujer, el jefe, la justicia, los familiares de la víctima se paseaban en su imaginación solicitando respuestas impronunciables, increíbles, inaceptables frente a la realidad del atropellado.
Pasaba al otro bando. Ahora iba a tener que asistir a los tribunales con la difícil tarea de explicar su inocencia.+

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