El director

Los anchos y altos pasillos. 
La imagen característica del hospital. 
Los pacientes, que los transitan en horarios establecidos. 
Médicos y enfermeras, médicas y enfermeros.
El día que me enteré de mi nombramiento no lo podía creer. Era un inmenso honor y, al mismo tiempo, y tremendo desafío. Mi mujer, mi hija; los llantos, las discusiones. "Si a vos te parece bien, contá con nosotras".
En mi llegada por primera vez a ese gigantesco complejo de edificios en medio del campo pude palpar el clima de terror que se vivía en el manicomio.
La prensa había develado un secreto a voces: el comercio de órganos en manos de una mafia enquistada en la línea administrativa, en combinación con la comisión interna del gremio.
Las primeras decisiones, la pulseada por el poder y la aplicación, como nunca antes, de un criterio profesionalista que volvió indiscutible el acatamiento de mis órdenes y que fortaleció el orgullo de pertenencia a mi equipo de trabajo.
García estaba frustrado. El delegado había tenido en su puño, desde las sombras, la llave del funcionamiento de las zonas estratégicas del nosocomio.
La autoridad formal recuperaba paulatinamente sus funciones en desmedro de las mafias.
El periodismo se hizo eco de lo que sucedía. Una serie de tres notas empezaba con la que destacaba el intento de "desmanicomización". Esas enfermedades no se curan totalmente, pero "la internación definitiva sólo es funcional para un proyecto como el de García y la Comisión interna", fue mi frase destacada por el Prestigioso Matutino.
El Ministro de Salud nos visitó especialmente y, tras las felicitaciones de rigor, sentenció: "los demás hospitales psiquiátricos deberán seguir por el mismo camino".
Con el cambio de Gobierno vino la incertidumbre.
Hubo versiones acerca de mi permanencia en el cargo. De a poco, mi gestión perdía apoyo. Debí haber renunciado antes.
Empezaron a llegar amenazas contra mi seguridad y la de mi familia.
Dudé. Charlé largas noches con mi mujer.
García, de pronto, reapareció en público y paseaba por los pasillos. Sólo al principio era saludado con timidez, luego se le devolvió la obsecuencia.
Recuerdo la última vez que me fui del hospital. 
Las miradas insistentes. 
El respeto, el temor.
Los cuchicheos.
La sonrisa burlona de García.
El auto que avanzaba por el camino de siempre.
El camión que se cruzó.
Cielo y tierra, sucesivamente, en mi retina.
Mi mujer, mi hija...

H. Mercado
Chascomús, 15/10/2001

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