Las puertas que hay que patear
Mateo descendió del auto y fue recibido por una brisa templada y amable plena en fragancias silvestres. Eran los olores de su pago, de su casa.
Un amigo, el más íntimo, al que conocía desde su primera infancia en los pisos de tierra de su Dolores natal, lo esperaba para llevarlo a tomar una cerveza. Para empezar. Era viernes a la tarde y su cuerpo lo sabía, como dicen los memes.
Había sido una semana dura, pero no más que las anteriores: una decena de allanamientos antidroga en donde había que destruir las instalaciones, secuestrar lo poco que pudieran haber dejado y detener algún soldadito; "para eso los tiene", le explicaba a su amigo, "para entregarlos".
Es que en el barrio el jefe sabía perfectamente cómo y dónde iban a golpear su negocio. "Allí es la autoridad, sabe todo lo que pasa y a él acuden todos los que necesitan algo".
No era imposible que supiera también su identidad. Si todo el día andaban patrullando de civil. De hecho, para lograr que lo levantaran en la ruta hacía dedo vestido de uniforme, a cara descubierta. Estaba orgulloso de su pertenencia a la fuerza. "Toda mi familia es policía", explicaba.
Pero no era tan así. Su padre había tenido un negocio en Balcarce, a donde había mudado a su familia. Pero una mala praxis se lo llevó mientras batallaba dignamente y de pie contra el cáncer. Cuando ya veía que se iba le recomendá su mujer que se lleve los chicos a su pago, a Dolores, de donde venía ella, su madre.
Pudo terminar el colegio y enrolarse en la fuerza, que lo mandó al Conurbano bonaerense. En La Matanza y Florencio Varela lo vieron patrullar. Todas las semanas iba y venía a Dolores, a acompañar a su madre; a ayudarla con sus dos hermanitos.
Mujer joven y necesitada en su hogar, terminó apareciendo una pareja para ella. Una ayuda. Así que él se construyó una casita en el fondo para poder tener mayor independencia.
Un día lo destinaron a Mar del Plata, que fue como sacarse la grande porque era mucho más cerca de su casa. Y más familiar. Tenía un tío, que vive allí retirado, y algún otro pariente.
Mateo trabaja a conciencia y vive con una enorme pasión su vocación policial. Se sienta a conversar con los veteranos y los escucha para conocer de la experiencia de otros cosas que no se aprenden estudiando.
"Ahora quiero volver al Gran Buenos Aires. Quiero patear las puertas de verdad; ésas de los que mandan en ese negocio", dijo mirando un punto fijo en el horizonte.+
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